Cuando pensamos en una revolución, a menudo imaginamos barricadas en las calles y grandes proclamas políticas. Sin embargo, a finales del siglo XIX en París, una de las revoluciones más influyentes para el arte del siglo XX no ocurrió en la calle, sino en un pequeño y modesto teatro. Su líder no era un general, sino un empleado de la compañía de gas, un aficionado con una pasión desbordante y una visión radical.
La historia de este personaje es la historia de cómo un solo hombre, armado con convicción y muy pocos recursos, logró demoler las convenciones de un teatro anquilosado y artificial para construir sobre sus ruinas los cimientos del teatro moderno. No exageramos al decir que cualquier director de escena, actor o escenógrafo de hoy en día tiene una deuda, sepa o no, con el trabajo pionero de hombre de teatro.
